
Me pasa que cuando extraño me siento a medias, como si me fuese media Flor, con media mirada, media sonrisa y dos dedos y medios.
Extraño la casa de mis abuelos, y su olor a jabón en pan, su pulcritud, su inmaculada limpieza, sus luces mortecinas, su silencio estremecido por el ladrido de uno de sus 5814 perros que de vez en cuando se mueren y se suplantan por otro, mas guardián, mas nervioso, mas malo. Extraño el olor a betún de los zapatos del abuelo y el olor a naftalina de las sábanas, siempre perfectamente tendidas. Las tazas y el té con sabor a viejo, los huevos de pascuas escondidos en los lugares mas recónditos del patio delantero (tal vez encontrábamos uno en alguna que otra podada de árboles) la asquerosa leche chocolatada, mezquina de sabor a cacao, asesina de lenguas, con tostadas con dulce de leche y manteca, las milanesas al horno, las ensaladas de lechuga, tomate y pepino. El cuartito de los "apichafocos" que quedó clausurado cuando el abuelo Eduardo se fué, privándonos de su llavero que avisaba su llegada, de sus anteojos gordos, de sus camisas planchadas en vano, de sus abrazos que te dejaban las costillas lamentándose tanto amor, de los árboles, los juguetes asesinos... Los árboles frutales, el gallinero abandonado, las aventuras con los primos. Las cruces en cada cuarto, que nunca paran de sufrir, los rosarios, las fotos. La heladera, que cuenta mas secretos que calorías, la infancia, aboilida por el obligado crecer a pasos agigantados, desforestada por alguna que otra angustia, pero resiste... Las diferencias que nos marcan de grandes y perdemos ese lujo de disfrutar de la simple compañía de alguien muy diferente a nosotros, pero que comparte la misma realidad, vista desde otra vivencia. ¿Y qué culpa tiene la casa, la infancia, las risotadas a la hora de jugar al Pictionary, los mates, lentos, esperados para bajar tantos mordizcones a los bollos de don Yufra? que sigue igual, en su bici, con su cornetita, como todos los domingos, que siguieron desde que me fuí de ahí...