-Tengo un mal presentimiento,
como algo que me sale de acá - le dijo al de al lado mientras se mojaban el
pelo y se acomodaban los trajes.
-No seá culiao, vas a salar la
noche! - le respondió el amigo y le dio un trago largo al vaso de vino con
fanta y hielo.
En las espaldas se podían ver un
dragón dorado y un tigre de bengala, esos eran los trajes que usaban el
Sanbomba y el Forfai todos los años para el corso. Las botas con cascabeles
esperaban en el suelo como ansiosas por sembrar pánico en el corsódromo.
Esa noche ellos eran los
guardianes del carnaval, una especie de caballeros del zodíaco del Valle de
Lerma. Listos para tirar pasos majestuosos entre el rey momo, la tempera, las
luces y los aplausos. Bailar porque sí,
porque es la sangre la que pide. Bailar como pelotudos para conocer a todas las
mujeres que puedan y finalmente aflojarles el corsé, las simbas y embarrarles
el alma sin darles nada a cambio.
-Dame un trago de eso, que ya se
me mete el diablo - tiró Forfai. El amigo chistó y le pasó el vaso, Sanbomba
tenía la cara larga y el pelo ondulado, caminaba encorvado todo el año, menos
en carnaval.
Los parlantes sonaban con rabia
apurando a la gente que llegaba. Largaban las comparsas y ellos comenzaban a
calentar. Caporales, hombres valientes en fila, listos para salir. Robustos,
obreros y borrachos devenidos en lentejuelas y brillos del tercer mundo.
Todo mentira, circo puro, el
significado de la palabra caporal se empapa de resentimiento y baja para vestir
al bailarín en febrero. CAPO-RAL: Hombre
semi-civilizado que encabeza un grupo de gente y lo manda. Con el correr de los
años tiñeron de colores el dolor, le dieron forma a los hijos muertos, le pusieron caretones, y allí están brillando bajo las luces improvisadas de
febrero.
Tocaba salir, Forfai tocó el pito
y llamó a la agrupación, calientes, radiantes hediendo a sedal y a chivo. Entre
carritos cargados de arsenales de chorizo y chimichurri salieron al ruedo, la
luna salió solo para ellos esa noche.
En el medio de la presentación Sanbomba
se perdió y la fila no supo llevarlo, comenzó a improvisar como para no
empastar a la agrupación y le pisó el pié a un niño que comenzó a llorar y a
señalarlo. El padre del niño se levantó a mirarlo y le gritó.
“Borracho i mierda, ni bailar
podés negro culiao!!!!”
Mentira, Sanbomba era el más
bailarín del mundo, pero estaba desorientado y le subía por la panza una cosa
con sabor a Arizu que lo mareaba peor. Esa frase le hirió el ego, la vena que
sentía era digna de boxear a cualquiera, le saltó a la cara y le tiró un cross
derecho.
Todos frenaron, hasta los que carnavalean
detrás de las tarimas quedaron helados, la música polifónica pasó a segundo
plano, la yuta intervino y era un todos contra todos, pero todos contra
Sanbomba. El Forfai saltó por su amigo, le metió un puntano en la gamba al que
le tiró la bronca con tanta fuerza que le bajó dos cascabeles de la bota. Lo
arrastró a Sanbomba con un odio y lo dejó tirado como dormido, inconsciente y
vomitando.
Lo que quería en realidad era llevárselo
a otro lado para ubicarlo en la palmera y sermonearlo porque por su culpa ese
año tampoco iban a ganar, es más seguro los descalificaban, que gil.
Al final esa noche terminaron
todos guardados, la yuta metió gases y palos. Es así, para un pueblo torpe,
policía represora, bien focaultiano todo. El Sanbomba estaba perdido con el
ojo reventado y el traje parecía el de un ceniciento empantanado. Se quería
morir, su agrupación lo odiaba. Forfai lo miraba, chistaba y giraba la cabeza
para todos lados. La ira, que cosa que nos hace más pelotudos de lo que somos,
pensó.
Salieron al día siguiente con los dedos pintados, todos reventados por la paliza. El
presentimiento era cierto, el diablo le metió la cola entre las patas a un
bailarín estrella que obnubilado por la magia del carnaval se la dio de
improvisado. Parecían soldaditos de juguete olvidados bajo el rayo del sol,
blanditos y con la cabeza baja. Salía la comparsa en fila y cabizbaja,
observada por el público equivocado.
Afuera de la comisaría estaba el colectivo
que los llevó la noche anterior, el fercho tenía un acuso más grande que el
volante. Los miró y les dijo que eran unos giles de mierda y los fue
devolviendo de a uno a su casa.
Obvio que el jurado sentenció que
esa comparsa no baile ese año, si, un año de laburo y un fangote de guita en
glamour al pedo. Los trajes rotos todavía, esperan guardados para ver que depara el
próximo febrero.