

Yo no me acuerdo mucho, se podría decir que empecé a tener memoria acá en Buenos Aires, pero si sé, que cuando vivía mi abuelo Eduardo, todos los domingos ibamos "a la casa de los abuelos en Cerrillos". También sé que éramos muchos primos (bah, ahora somos mas). Mi mamá tenía 5 hermanos, o sea, 5 tíos para mí. Mi tía Patricia, era la madre ejemplar de como 10 hijos, todos tenían nombres de santos y patronos de la iglesia, lo cual, siempre me generó un cierto rechazo.
El que siempre andaba con ellos era mi hermano Rafael, se juntaba con Juampi, que también era flaco, pero medía algo así como una palmera de alto, y se colgaban de los árboles del patio de atrás pasando al baldío de la vuelta, donde hacían chozas e inventaban las historias mas largas y ocurrentes, Rafael tenía una creatividad impresionante a la hora de hacer guerras y castillos. A mi eso me enojaba, porque yo era muy inútil y me daba miedo cruzar el alambrado, así que siempre me quedaba del otro lado mirando celosa su fiesta. Por suerte estaba el abuelo Eduardo, que me hacía una fiesta para mi sola, me abrazaba muy fuerte y me sacudía como a una bolsa, eso a mí, me alegraba la vida, haciendo que deje de estar atenta a las locuras del otro lado del alambre.
Después de que se murió mi abuelo, todos comenzaron a buscar pretextos para dejar de ir ahí, mi abuela se volvió loca (para mí) y era como que quería controlar a toda la familia, el primero en darse cuenta de eso, fué mi tío Conejo, todos dicen que él está loco, pero a mi me cae simpático, cuando era chico me hacía escuchar Nirvana y Pearl Jam, por eso lo quiero, además de que dejaba que lo viera ensayar con su banda, ahí también tocaba el tío Leopoldo, que sonaba a lata y se llamaban Mate Amargo, a mi esa rebeldía me atraía mucho El tío Conejo decía que mi abuela Pepé nos quería atar a ella para no quedarse sola, y como no lo quería decir, lo hacía con una cierta maldad, y así comenzaron los problemas de las herencias y todas esas cosas, que a mi mamá le dolían el doble, ella lo extrañaba a su papá, no a sus cosas. Soñaba con él y andaba triste, yo mucha cuenta no me dí, pero hoy en día habla de él y se siente culpable por haberse olvidado de su último cumpleaños.
Después el que se volvió loco fué mi papá, y no tardamos nada en irnos a vivir con la abuela, ella tenía preferencia por Martín, mi hermano menor en ese entonces, que era medio tonto y tenía boca y ojos grandes, mis celos hacia él se me volvían insoportables y mas a la hora de la siesta, que se iba con él y nos dejaba a Rafael y a mí afuera en el patio con los perros.
Íbamos a un colegio en el centro de la ciudad, la abuela nos levantaba con la radio fuerte y nos hacía tomar leche en una taza muy grande, y sin azúcar, yo siempre que se distraía la tiraba y me iba sin desayunar. Nos tomábamos un colectivo que se llamaba Luis B. Chavez, tardabamos como una hora en ir hasta la capital. A la salida nos esperaba papá, siempre alegre de vernos y nos festejaba todas las tonterías que decíamos, nos compraba cosas y nos dejaba en la parada del Luis B. apareciéndo al día siguiente con todo su circo feliz que a mí me entretenía mucho.