sábado, marzo 29, 2014

La Marcha deja paso a las palabras

Nacido en Pompeya, entraña porteña allá por Camino Negro. Vaya uno a saber qué andanzas habrá tenido de pibe y como habrá sido la cosa en ese momento. Sobrepasa cualquier límite de la imaginación. Un pibe inquieto y terrible portador de un gen maldito que lo delataba al nacer. Cuando "¡macho!" gritaba la partera, se rompía el molde de un campeón de la vida. Pobres padres, dirían los vecinos, ¡minga!.

Edu, Eduardo, Cabezón (para los amigos), Grandote (para mamá), El Compañero Moreira o, según el diploma de Contador Público Nacional de la Universidad de Buenos Aires, el "Señor Eduardo Clemente Moreira".

-“Este porteño choto se cree que se las sabe todas” Dijo Cintia Berruezo el día que lo conocimos.

-“Mi papá es más lindo, que no? Miralo, corta la empanada con cuchillo y tenedor!!!”

A Edu lo conocí en el 2000 cuando se la estaba levantando a mi vieja y se iba pudriendo de a poco todo en el país. Resulta que ella en esa época trabajaba como RRPP de Dinar Líneas Aéreas y él era el gerente de interiores de Página 12. Como ellos cuentan, se conocieron peleando porque aquí en Salta no permitían montar una muestra de Ferrari traída por Dinar, ya que era ofensiva para la moral y las buenas costumbres católicas de los salteños. Él, como representante de un medio que repudia los actos de censura fue a reportarle a mi vieja y a su jefe la queja correspondiente. Obviamente mi vieja tenía que defender la postura de la empresa aunque estaba en contra, y en cuanto pudo se lo hizo saber a este, que se la dio de galán 

Supo cubrir las ausencias con las mejores cosas, me enseñó lo que era ser Peronista contándome como era militar en los setenta, me llevó a Plaza de Mayo donde está su peor pérdida, me conectó con el yoruga Zitarrosa, con Sartre, Galeano y me enseñó a usar la guía T.

-"Nosotros veníamos por aquí cuando se armó el quilombo" me dijo el día que me enteré que él había estado en EZEIZA.

El tipo era más pillo que cualquiera, sacaficha como nadie, menos mal, nos sacó de ahí. Indirectamente me empapó con la poesía de Gelman con la misma pasión con la que describía las jugadas del doparti de paddle tan porteño y noventoso al que iba siempre, me regaló un violín y me hizo de Boca a cambio de una remera de Megadeth que todavía sigo esperando. Todas las noches, le preparaba “un cafecito con descremada” y le dábamos a la charla.

-“Eso me pasaba a mí antes" me decía cuando me mandaba una cagada.

-"¿Cuándo?"

-"Cuando me hacía la paja todos los días"

-"Conchatumadre Edu!!!"

Me tocó vivir con uno de los mejores y más comprometidos hombres de los últimos tiempos y no lo supe aprovechar.

¡Puta madre, como te extraño! Tenía ganas de decirle ayer en su cumpleaños, pero solo me salió agradecerle por mensaje de texto todo lo que compartió conmigo. Y sé que me queda una disculpa latente, por estar muchas veces enojada con él y el mundo y no poder disfrutarlo más, por no verlo tocando la viola, por no acompañarlo más tiempo, y más ahora que disfruta de ser un jubilado, el jubilado más cheronca de Agronomía.

Me embola que cumpla años, porque se pone grande y pienso en si sigue yendo al dietaclub, si duerme bien, si se cuida con la sal, si no le afloja al pan, con quién irá a los cafetines, y cuántas historias me estoy perdiendo.Si hubiera sabido nunca lo hubiese comparado con mi viejo y es más, si hubiese podido elegir, él sería mi viejo de verdad y lo acompañaría al Jumbo los domingos solamente para que compre morcilla vasca y Coca Light, para llevarle un vasito al asador.

Como no adivinarlo de antemano, me hubiese pegado como carne y uña, porque ahora los domingos ya no son iguales, y lo extraño tanto con el televisor encendido en crónica, cagándose de risa por las placas rojas, sentadito en la silla de la punta de la mesa esperando que mi vieja o yo sirvamos el desayuno. Entonces yo le tocaría el pelo y te daría un beso, para que me diga “Mulatona” y otra vez, seguir charlando.

EL JUEGO EN QUE ANDAMOS
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.
El juego en que andamos (1959)

domingo, marzo 23, 2014


Lo ponía nervioso la idea de que comience a fallar la camioneta, el Topo era un obse que la tenía joya, era su compañera de laburo que se bancaba 74 cajones con 6 sodas de 1,5 lt todos los días de lunes a viernes de 14.00 a 20.00 hs. Había que cuidarla y más si ella era una princesa, la F 100 modelo 85 motor Deutz caja de cuarta al piso más fiel del planeta.
Antes de ser sodero había laburado años para la inteligencia en la sección de comunicaciones y se retiró antes por un problema en la mano derecha que la misma ocupación le había desarrollado, una malformación en el huesito de la muñeca causada por los movimientos de la misma durante las horas de trabajo. Con una carpeta médica y mucha suerte logró retirarse del ejército a los 50, le gustaba su laburo pero muchas veces pensaba en todo lo que su tarea causaba y odiaba sentirse un botón. Así que irse de ahí significaba un alivio. Tampoco se imaginaba pinchando smartphones táctiles, recuperando mensajes de whatssap donde hablaban de matar a un pichón y a las dos horas de como garchaba la nueva, no era sano, antes comunicarse era una huevada, ahora todos estamos enfermos del 3g.
El Topo se volvió sodero, como si hubiese nacido para ello, el mejor del mundo. Un morocho impecable de metro ochenta y ojos castaños. Muy pintón, lucía la camisa del uniforme mejor planchada que la de cualquier ejecutivo de ventas, se sentía un campeón cuando se la ponía. El secreto era almidonarla y hasta había desarrollado una técnica para que el asiento no le arrugue tanto la espalda, se la abrochaba de abajo para arriba dejándo los últimos dos botones desprendidos, así se le lucía el crucifijo bañando en oro con sus inciales que usaba desde la primera comunión.
Mientras esperaba que los mecánicos abran resolvía los crucigramas de los diarios en los bares como un acto de rebeldía, sacaba la birome del bolsillo metía el capuchón en su boca y comenzaba, si se ponía difícil, lo pausaba para fumarse un parucho y pensar. Ese día esperaba medio intranquilo, (amargo en jarro chiquito de por medio) que le devuelvan la chata con la que repartía todos los días hace 8 años. La noche anterior le había sentido un ruido "deben ser los engranajes" pensó y la llevó al taller donde le hacen los servicios a la empresa de aguas y sodas donde labura, mientras esperaba que le devuelvan la Ford para comenzar los repartos hojeaba el diario y sentía vergüenza de leer las declaraciones de Jean-Michele Buvier sobre como la justicia local se comportaba ante el asesinato de su hija Cassandre.
Se acordaba de sus tiempos en la inteligencia, de cómo se “desviaban” las causas para que no salte la ficha, se aliviaba de no formar más parte de eso y se preguntaba las razones por las cuáles mataron a estas dos pibas. “Es obvio que es una cuestión política y el poder va a impedir que salgan a la luz los resultados” pensó, y pensó en comentárselo al mozo, pero eso iba a impedir que finalice el crucigrama y su nota, no le daba el tiempo para una charla de café.
Terminó de leer como con desgano no se sintió identificado, no tenía hijos, pensaba que los hijos le iban a condicionar. Era muy probable que sus camisas almidonadas comiencen a tener manchas, que la chata tenga pedazos de galletas entre los huecos del asiento y los vidrios con marquitas de manos traviesas iban a ser una pesadilla. No quería que sus horarios se interpongan en sus repartos, que sus hijos le bloqueen los mapas mentales de las calles con menos baches, o el timing para las ondas verdes. Nunca sería padre, siempre iba a ser un lobo repartidor de aguas y sodas solitario. Todo lo otro era un fantasma que ni cosquillas le hacía en la vida más que cosquillas, náuseas ante la idea de que una familia liquide su paz, no amar a una familia fue un sacrificio propio en pos de su libertad, y ahí andaba, leyendo el diario de atrás para adelante, resolviendo casos policiales internacionales y crucigramas con la mente, parecía un superhéroe del agua carbonatada.
Faltaban 20 minutos, pagó y pidió que se lleven el jarrito y desplegó el matutino mentiroso salteño ante la mesa marrón del bar, resolvió el crucigrama poniendo en una letra mayúscula de imprenta con rulos generosos en las erres la palabra TERRACOTA, tiró $2 para la propina, y terminó de doblar el diario. Se levantó, chequeó que en sus bolsillos esté todo en orden y salió.
Caminó las tres cuadras y medias hasta el taller, entró cuidando de no rozar nada para no manchar su uniforme, jamás podría ser mecánico, una raza totalmente digna de su odio, sucios, mujeriegos, básicos, babosos. Que le devuelvan a su princesa ya, que en siete minutos tenía que agarrar la Arenales para comenzar su reparto.
-         “Ta andando, hermanito, hermosa está, cualquier cosita me la volves a traer no hay problema” declaró el mecánico petizo mientras cerraba el motor con las manos llenas de grasa.
Agradeció y pagó pidiendo un comprobante para rendir en la empresa, con esa sensación de triunfo que tienen los tipos cuando le alagan al fierro.
La franeleaba en los semáforos (así le gustaba decir, al acto de pasar la franela con lustramuebles sobre el tablero). Acomodó el retrovisor, aceleró para escuchar el motor, era ella de nuevo, miró la estampita de San Agustín que tenía plastificada colgando del retrovisor, y armó el mapping mental de sus repartos, según su logística, llevaba 15 minutos de retraso, si evitaba dos calles, en hora pico, con suerte iba a terminar en tiempo y forma. Ese día por fin comenzaba a normalizarse, mucha presión para El Topo, conectarse con la realidad.


miércoles, marzo 12, 2014

Hola vos.


Atorrante, corta el vacío emocional de la semana con un "hola hermosa" por chat y mas tarde aparece con un vino, un par de sandwichs o algo para picotear, cae con la mochila colgada de un hombro con sus cosas para mañana. Me saca de donde esté para tomarnos el vino, picamos y a dormir. 

Reniega con un virtuosismo que raya con la perfección, siempre pausado y con los ojos tranquilos, cuando está molesto en serio es probable que corone su frase poniendo las manos en la frente acompañada con un "¡que pelotudo!" para terminar su rosario nocturno.

Nos acomodamos y encaja como los borradores que quedan en mi block de notas cuando se va, con él no aplica nada de eso. ¿Para que me gasto? en este caso todo lo que no se dice es una excusa para espantarlo, sabe que cada uña que se encarna en su espalda va cargada del doble mensaje y no le importa, aportaría a sus sermoneos nocturnos por quererlo tanto, mientras me aprieta como si fuese un pomo de dentífrico.


Sobrevivirlo es, 
al día siguiente
dicirle a mi analista
que lo odio,
como en una canción 
de alguna banda
de esas que te representan 
cuando tenes 12.


Aunque me muera me la banco, me gustaría que fuese feriado de nuevo para tenerlo hasta el medio día, medio muertos los dos despeinados en mi habitación, o que fuera domingo y juegue boca para que defienda al cabaret, y discutirle con miedo a que diga que las minas no tenemos que opinar sobre fútbol.


Ufff… Es un miércoles hábil, así que vuelve el ciclo del vacío emocional.

Coherente y siempre igual desde la noche que nos encontramos y del frío que hacía, mis nervios y la charla larguísima donde evidentemente nos caímos bien. De las pizzas y las cervezas, las miradas en los bares y los encontronazos posteriores, los mensajes a la noche donde me pregunta donde estoy, los códigos que manejamos, las frases con las que remata una charla, el todo tu ser reiterativo.



Esa noche en la que bailamos saya en la fiesta de Urkupiña y lo bien que le quedaban los papeles plateados, esa otra noche en la que me bajaron del bondi por no pagar también hacía frío, y me fue a buscar. Sus charlas cuando todo me sobrepasa. Sus idas al laburo renegando porque es muy temprano. Las manos en las vueltas a casa, lo fácil que es desabrocharle el cinturón, la manera en la que habla de los asados y los fiambres. Cuando decide volver después de muchos días de no coincidir. Y lo que me gustaría que este, sea un ciclo continuado.

Zorro, tranquilo.
Te quiero, bancatelá  
y todo el que aparece
es un reemplazo,
al que siempre le voy a buscar
algo tuyo.

Los ojos negros,
el tatuaje de tu banda
o el carisma peronista
del que nos reímos 
en algún momento.