jueves, febrero 26, 2015


Y como loca ya empezaba a mover la trucha de un lado al otro, algo así como mascullando bronca. Es que ver la bombacha colgada de la canilla del baño la llevó a pensar que nunca hacía las cosas con tiempo. Esto de lavar los calzones al bañarse es de desequilibrada.

Te cuento, que todo lo que le digas lo va a pensar en poesía. La gente cuando habla canta, y cuando canta, impacta. Eso pensaba, y también en revolearle unas migas de pan para interrumpir esa tontera de no sentirse correspondidos, pero se le cayó. Menos mal.

También sintió alivio de que no fueran a bailar tango, es que es tan patadura que seguro le pisaba la punta de los zapatos con las chinelas. ¿Por qué usan zapatos tan largos cuando los pies no son así de largos? lo sabe porque es lo primero que se fijo ante su desnudez. Tampoco es tan grave. Todo es impredecible en ese mundo. Nunca bailaron, no se pisaron. Le robaron algunas horas a la noche hasta que la moza del lugar les llevó obligadamente la cuenta. 

Se quedó con un garabato en la mano y un poco de la vista del balcón. Igual, soñaba con bajar las escaleras rodando después de comer tanto mouse de chocolate.  Él le contó muy al pasar, que un observador le había remarcado que los galanes en acción se reconocían por el brillo de los ojos y el perfume.  Quedaron resabios de vino, aunque nunca dijeron cuál vino. También lamparones y un sueter con olor a cigarrillo.

Después de ver una foto suya en el libro lo miró de costado y sintió que podían encontrar un equilibrio exacto, algo así como para salir caminando por los cables de alta tensión y cruzar hasta la vinería que está en frente, justo en frente de las ventanas. Es que los ritmos del edificio la llamaban mientras sonaban los celulares. Desagotaron las cabezas, mutearon las orejas e hicieron de cuenta que no pasó nada. La mañana estaba intacta al otro lado de la vereda.

A la tarde le avisaron que alguien la estaba buscando, ella sentía esa sensación de tractor encendido en el centro del cuerpo.



lunes, febrero 23, 2015

Tengo pocos minutos de ocio durante el día que últimamente uso para hacerme percha contra el teclado.
Todos recursos cotidianos rotos.
Problemas con la puntuación.
Pocas ganas de dar y recibir muchas explicaciones pendientes.
Una tableta de pastillas anticonceptivas a medio tomar.
Los amigos que se me derrumban en la puerta de casa.
Una gran capacidad para repeler a los hombres que pretendo, sin pretender demasiado.
Una tendencia a la tristeza crónica.
Un trauma con la polenta.

Hace unos años mamá me dijo que como sea yo siempre iba a salir adelante.
No le creí.
Mejor me voy a la cama a soñar que soy Marty Mc Fly en Volver al Futuro.



domingo, febrero 22, 2015

Seguir una línea verde que está vieja y gastada. Es la última, la que te arrastra hasta el fondo del hospital. Que simbólico, al fondo, al final, ahí donde habitan la mayor cantidad virus, los más enfermos, por ende más enfermeros.

Gente vomitando en el pasillo, emanando odio/ porque /ese /hospital /está / hecho / de / odio / y la gente se enferma de eso cuando está más de un rato.

La linea verde llega hasta una puerta mitad vidrio, mitad madera que se fue llenando de carteles con cosas que NO hay que hacer que nadie lee. 

T R A U M A tología.

Gente accidentada en camillas, camillas apiladas, estructuras de hierro para colgar piernas de ellas al costado del pasillo, un carro con sábanas limpias. Paredes con manchas, tela mosquitera cansada en las ventanas, gente fumando fuera, un estacionamiento de autos es el horizonte de la habitación.

Aparece la sensación de estar durmiendo a la intemperie, azulejos de colores fríos, resolana, un viento que cruza el mismo pasillo en dirección contraria. Un enfermo haciendo pis con la puerta abierta. Kilómetros y kilómetros de gasa y cinta blanca. Litros y litros de ese líquido que cura pero que tiene color sangre.

Atravesar personas lastimadas y llegar a la persona que más lastimó. Desenojarme, esquivar la furia que sube como bloques de hormigón. Transformarme en amor, metamorfosis de una persona rancia, las caricias son filosas y con cierta distancia.

Impresión de caer en picada y ser absorbida por un agujero negro. Me arrastran las relaciones familiares y yo peleando con las uñas partidas para poder soltarme /o/soltarme/o/no/ser/nada/

Fin. Deshago la linea verde con ropa sucia en una bolsa de supermercado. Anacrónica, caminando en el cordón de la vereda para justificar la sensación de equilibrista frustrada. Caigo hacia un charco que salpica, el agua marrón entra y me moja la zapatilla. Cambiamos de sensación, al fin. Esto molesta o subsana. Sigo líneas mientras me trago las lágrimas y los mocos. El nuevo alimento de la mujer que abusa de la sensiblería.

sábado, febrero 21, 2015

Aunque ya no duerma en casa,
porque no es lo mismo.
No quita que todo siga intacto:
el poster de Moyano
sigue ahí colgado,
alentando a la morocha,
quedado en el tiempo
sabiéndose sorete y traidor.

Me pasa que:
encuentro en cada autopista,
calle,
semáforo en rojo,
o salida de la ciudad
esas ganas
significativas
de irme lejos.

Pero
estoy anclada,
y lo peor es que
se instala en mí
la
ne
ce
si
dad
i

til
de sentir
una vez más,
como era
hacerme agua
con vos.

Si agua,
si,con vos
en mi cama,
en mi living,
sobre las sillas naranjas,
borracha,
sobria,
sucia,
limpia,
cansada,
resaqueada,
lúcida,
triste,
alegre,
angustiada.

Iría a tu casa
y usaría la pizzera
que me regalaste
para cacerolear
bajo tu ventana
y reclamarte
tantas estupideces
que considero 
mas importantes
que la canasta básica.

48 martes conté en el 2014
10 botellas de vino,
5 matambres,
10 días fríos,
5 días enferma,
5 lluviosos,
3 de viaje,
3 con un calor horrible,
6 en los que no te vi,
1 que no te quise ver.

La cama grande
la saliva espesa,
las canciones,
los versos,
las fotos,
los sobres hechos a mano


Moverme tranquila
debajo tuyo
y después,
vaciarme.

Vaciarme es lo que me falta.


domingo, febrero 15, 2015

Voy a dejar de escribir para siempre

martes, febrero 10, 2015

una se va quedando
floja de argumentos
hundiendo los pies
entre las sábanas


corta de versos,
húmeda
filosa
guarra
entregada


corta de tiempo
crucificada
condenada
por el constante
ir y venir
de palabras
que no le significan
a nadie

muda
ante las reacciones
esperando
y nada

una se va quedando
en orsai
repetitiva
semanas completas
de decir lo mismo

ya nadie resiste archivo


miércoles, febrero 04, 2015

-Tengo un mal presentimiento, como algo que me sale de acá - le dijo al de al lado mientras se mojaban el pelo y se acomodaban los trajes.

-No seá culiao, vas a salar la noche! - le respondió el amigo y le dio un trago largo al vaso de vino con fanta y hielo.

En las espaldas se podían ver un dragón dorado y un tigre de bengala, esos eran los trajes que usaban el Sanbomba y el Forfai todos los años para el corso. Las botas con cascabeles esperaban en el suelo como ansiosas por sembrar pánico en el corsódromo.

Esa noche ellos eran los guardianes del carnaval, una especie de caballeros del zodíaco del Valle de Lerma. Listos para tirar pasos majestuosos entre el rey momo, la tempera, las luces y los aplausos.  Bailar porque sí, porque es la sangre la que pide. Bailar como pelotudos para conocer a todas las mujeres que puedan y finalmente aflojarles el corsé, las simbas y embarrarles el alma sin darles nada a cambio.

-Dame un trago de eso, que ya se me mete el diablo - tiró Forfai. El amigo chistó y le pasó el vaso, Sanbomba tenía la cara larga y el pelo ondulado, caminaba encorvado todo el año, menos en carnaval.

Los parlantes sonaban con rabia apurando a la gente que llegaba. Largaban las comparsas y ellos comenzaban a calentar. Caporales, hombres valientes en fila, listos para salir. Robustos, obreros y borrachos devenidos en lentejuelas y brillos del tercer mundo.

Todo mentira, circo puro, el significado de la palabra caporal se empapa de resentimiento y baja para vestir al  bailarín en febrero. CAPO-RAL: Hombre semi-civilizado que encabeza un grupo de gente y lo manda. Con el correr de los años tiñeron de colores el dolor, le dieron forma a los hijos muertos, le pusieron caretones, y allí están brillando bajo las luces improvisadas de febrero.

Tocaba salir, Forfai tocó el pito y llamó a la agrupación, calientes, radiantes hediendo a sedal y a chivo. Entre carritos cargados de arsenales de chorizo y chimichurri salieron al ruedo, la luna salió solo para ellos esa noche.

En el medio de la presentación Sanbomba se perdió y la fila no supo llevarlo, comenzó a improvisar como para no empastar a la agrupación y le pisó el pié a un niño que comenzó a llorar y a señalarlo. El padre del niño se levantó a mirarlo y le gritó.

“Borracho i mierda, ni bailar podés negro culiao!!!!”

Mentira, Sanbomba era el más bailarín del mundo, pero estaba desorientado y le subía por la panza una cosa con sabor a Arizu que lo mareaba peor. Esa frase le hirió el ego, la vena que sentía era digna de boxear a cualquiera, le saltó a la cara y le tiró un cross derecho.

Todos frenaron, hasta los que carnavalean detrás de las tarimas quedaron helados, la música polifónica pasó a segundo plano, la yuta intervino y era un todos contra todos, pero todos contra Sanbomba. El Forfai saltó por su amigo, le metió un puntano en la gamba al que le tiró la bronca con tanta fuerza que le bajó dos cascabeles de la bota. Lo arrastró a Sanbomba con un odio y lo dejó tirado como dormido, inconsciente y vomitando.

Lo que quería en realidad era llevárselo a otro lado para ubicarlo en la palmera y sermonearlo porque por su culpa ese año tampoco iban a ganar, es más seguro los descalificaban, que gil.

Al final esa noche terminaron todos guardados, la yuta metió gases y palos. Es así, para un pueblo torpe, policía represora, bien focaultiano todo. El Sanbomba estaba perdido con el ojo reventado y el traje parecía el de un ceniciento empantanado. Se quería morir, su agrupación lo odiaba. Forfai lo miraba, chistaba y giraba la cabeza para todos lados. La ira, que cosa que nos hace más pelotudos de lo que somos, pensó.

Salieron al día siguiente con los dedos pintados, todos reventados por la paliza. El presentimiento era cierto, el diablo le metió la cola entre las patas a un bailarín estrella que obnubilado por la magia del carnaval se la dio de improvisado. Parecían soldaditos de juguete olvidados bajo el rayo del sol, blanditos y con la cabeza baja. Salía la comparsa en fila y cabizbaja, observada por el público equivocado.

Afuera de la comisaría estaba el colectivo que los llevó la noche anterior, el fercho tenía un acuso más grande que el volante. Los miró y les dijo que eran unos giles de mierda y los fue devolviendo de a uno a su casa.


Obvio que el jurado sentenció que esa comparsa no baile ese año, si, un año de laburo y un fangote de guita en glamour al pedo. Los trajes rotos todavía, esperan guardados para ver que depara el próximo febrero.