miércoles, febrero 04, 2015

-Tengo un mal presentimiento, como algo que me sale de acá - le dijo al de al lado mientras se mojaban el pelo y se acomodaban los trajes.

-No seá culiao, vas a salar la noche! - le respondió el amigo y le dio un trago largo al vaso de vino con fanta y hielo.

En las espaldas se podían ver un dragón dorado y un tigre de bengala, esos eran los trajes que usaban el Sanbomba y el Forfai todos los años para el corso. Las botas con cascabeles esperaban en el suelo como ansiosas por sembrar pánico en el corsódromo.

Esa noche ellos eran los guardianes del carnaval, una especie de caballeros del zodíaco del Valle de Lerma. Listos para tirar pasos majestuosos entre el rey momo, la tempera, las luces y los aplausos.  Bailar porque sí, porque es la sangre la que pide. Bailar como pelotudos para conocer a todas las mujeres que puedan y finalmente aflojarles el corsé, las simbas y embarrarles el alma sin darles nada a cambio.

-Dame un trago de eso, que ya se me mete el diablo - tiró Forfai. El amigo chistó y le pasó el vaso, Sanbomba tenía la cara larga y el pelo ondulado, caminaba encorvado todo el año, menos en carnaval.

Los parlantes sonaban con rabia apurando a la gente que llegaba. Largaban las comparsas y ellos comenzaban a calentar. Caporales, hombres valientes en fila, listos para salir. Robustos, obreros y borrachos devenidos en lentejuelas y brillos del tercer mundo.

Todo mentira, circo puro, el significado de la palabra caporal se empapa de resentimiento y baja para vestir al  bailarín en febrero. CAPO-RAL: Hombre semi-civilizado que encabeza un grupo de gente y lo manda. Con el correr de los años tiñeron de colores el dolor, le dieron forma a los hijos muertos, le pusieron caretones, y allí están brillando bajo las luces improvisadas de febrero.

Tocaba salir, Forfai tocó el pito y llamó a la agrupación, calientes, radiantes hediendo a sedal y a chivo. Entre carritos cargados de arsenales de chorizo y chimichurri salieron al ruedo, la luna salió solo para ellos esa noche.

En el medio de la presentación Sanbomba se perdió y la fila no supo llevarlo, comenzó a improvisar como para no empastar a la agrupación y le pisó el pié a un niño que comenzó a llorar y a señalarlo. El padre del niño se levantó a mirarlo y le gritó.

“Borracho i mierda, ni bailar podés negro culiao!!!!”

Mentira, Sanbomba era el más bailarín del mundo, pero estaba desorientado y le subía por la panza una cosa con sabor a Arizu que lo mareaba peor. Esa frase le hirió el ego, la vena que sentía era digna de boxear a cualquiera, le saltó a la cara y le tiró un cross derecho.

Todos frenaron, hasta los que carnavalean detrás de las tarimas quedaron helados, la música polifónica pasó a segundo plano, la yuta intervino y era un todos contra todos, pero todos contra Sanbomba. El Forfai saltó por su amigo, le metió un puntano en la gamba al que le tiró la bronca con tanta fuerza que le bajó dos cascabeles de la bota. Lo arrastró a Sanbomba con un odio y lo dejó tirado como dormido, inconsciente y vomitando.

Lo que quería en realidad era llevárselo a otro lado para ubicarlo en la palmera y sermonearlo porque por su culpa ese año tampoco iban a ganar, es más seguro los descalificaban, que gil.

Al final esa noche terminaron todos guardados, la yuta metió gases y palos. Es así, para un pueblo torpe, policía represora, bien focaultiano todo. El Sanbomba estaba perdido con el ojo reventado y el traje parecía el de un ceniciento empantanado. Se quería morir, su agrupación lo odiaba. Forfai lo miraba, chistaba y giraba la cabeza para todos lados. La ira, que cosa que nos hace más pelotudos de lo que somos, pensó.

Salieron al día siguiente con los dedos pintados, todos reventados por la paliza. El presentimiento era cierto, el diablo le metió la cola entre las patas a un bailarín estrella que obnubilado por la magia del carnaval se la dio de improvisado. Parecían soldaditos de juguete olvidados bajo el rayo del sol, blanditos y con la cabeza baja. Salía la comparsa en fila y cabizbaja, observada por el público equivocado.

Afuera de la comisaría estaba el colectivo que los llevó la noche anterior, el fercho tenía un acuso más grande que el volante. Los miró y les dijo que eran unos giles de mierda y los fue devolviendo de a uno a su casa.


Obvio que el jurado sentenció que esa comparsa no baile ese año, si, un año de laburo y un fangote de guita en glamour al pedo. Los trajes rotos todavía, esperan guardados para ver que depara el próximo febrero.

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