domingo, enero 25, 2015

Se me salían las palabras
empujadas por un montón
de caporales ruidosos, 
ordenados en fila, 
llenos de rabia,
majestuosos del baile. 
Le canté todo, 
le dije lo que quería.

En él habitó el ekeko egoísta
carente de abundancia y alegría.
Sin nada que decir, sostenía
que los carnavales de enero
siempre son suspendidos
por la lluvia típica del verano
que a todos nos arruina.

Los bailarines en los corsos
son como los príncipes
tercermundistas
cascabeleando las polleras
derrapando lentejuelas.

La lluvia les moja el alma
toda sucia de vino
que salen a buscar toldos
como guerreros embolados,
que esperan un año
para poder salir un rato.
¡Que lluvia chota!

El aliento a coca,
el carrito choripanero,
el ruidito del lanzanieve,
las botellas y los travas
calman un poco
tanta cosa adentro
y me invitan, todas juntas,
a salir de caravana.



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