domingo, abril 20, 2014

Yerba mala nunca muere.



Esa sangre medio boba que no se cura más, pareciera hija de primos doble genética de mierda. Otra vez vuelve a latir el dolor y desde mañana todos los días durante quince días, tres veces al día doscientosveinticinco de liquido espeso subcutaneo con una aguja que si la pinchas mal se quiebra y hay que correr a buscar una pinza de depilar para poder sacarla.
"Mamita, pero a vos no hay un que dios te bendiga que te venga bien" Dios es deprimente, como las charlas de lunes en la oficina.
Yegua, que se te inflame todo en las venas, criatura de mierda, los nervios duelen hasta querer llorar. Entonces el pan calentito de la mañana pasa a ser un infierno, la ducha antes de salir se siente como si te hirvieran en un caldo, el peso de un hombre es el de un elefante, los minutos en la parada del colectivo no pasan, los perros de la noche ladran en polifónico y el frío va a ser polar como revivir ese vuelo famoso que aterrizó en Malvinas.
Que alguien nos prive del derecho a pensar porque las resacas son un knoc out a la moral, hay que emborracharse porque no hay opción, aunque durante días seamos entes evasores hasta el momento librado al azar donde te digan "alta definitiva" no más pasillos de hospital por ahora, pero siempre es "vuelva en 60 días".
Se hace lo que se puede, se aspira a una clase de perfección que solo una sabe donde detener, ¿Por que no venden médulas nuevas en el Frigorífico Bermejo? Y unos riñones para que no duelan más los que se llevan puestos? Si todo fuese tan fácil no habría que darle tanta batalla. Aunque una esté criada como guerrera, con ese instinto ninja al pedo. Nada sirve y la recompensa se pierde con la inflación.
Que cagada que me parieran como yerba mala, ahora me quiero matar, todo es guita, guita y más guita. Y una despotricando, insoportable en el medio del desorden.

miércoles, abril 09, 2014

Una se va quedando


"No dejamos de educar, enseñamos a luchar"

Justo a mí me tenía que tocar; porque me pasan todas. Volvía de una  reunión en el pueblo donde remueven los perendengues de abajo para  arriba, que las actas volantes, que el registro anual de matrícula... Si yo tengo veinte alumnos y los veo venir desde una legua. Y después ellas me miran desde los pies hasta el turbante, no soy turca ni hice voto de llevarlo: mi pelo es de paja y no pude calentar agua para lavarlo, porque el Negro se olvidó de bombear. Y Cucú se me había ido no sé dónde: cuando se va, no vuelve hasta que anochece. Quise ir igual a la reunión del pueblo; yo sabía que no estaba en las mejores condiciones, pero necesito ir al pueblo de vez en cuando: en el campo una se va quedando. También quería llevar al médico a Chinchín, pero el médico no estaba. 
En Moreno se me hicieron las doce, la hora del puchero, así que lo arrastré de vuelta, pobre viejo, pero por lo menos recorrió toda la Escuela N° 1 hasta los techos. Le dije: 
—Esta es la escuela número uno, es la principal del pueblo. Aquí estudio tu mamá. 
No terminé de hablar que Chinchín ya galopaba por los patios y yo pensaba: "Que se familiarice con una cosa distinta de vez en cuando”. 
Volvía de esa reunión, digo, con las planillas cuatrimestrales, las anuales y las complementarias y veo en la puertita de entrada de mi escuela una figura grande, con traje gris de elefante, anteojos y un portafolios. A mí me tenía que pasar; era la de Artacho, la inspectora. Chinchín se había sacado los zapatos y venía descalzo; yo se los llevaba en la bolsa, con las planillas y el pan que habíamos comprado en La Aurora de Moreno. Ella me dijo: 
—Soy la señora de Artacho. 
No dijo "Artacho"; decía" Artasho". 
—Mucho gusto, señora; la conozco de vista. 
Le dije y para qué te cuento: el caballo estaba adelante para comerse el pasto, que estaba muy crecido, el caballo deja todo liso, hecho una pintura; pero me pareció que la de Artacho le tenía miedo. Chinchín es muy chico para atar al caballo y Cucú no volvía; por otro lado mejor, pensé, porque vuelve más negro que el padre; tras que sale al padre, vuelve con nidos, ramas y por un rato no hay quien lo calme. También aliado de la puerta de entrada estaba la víbora muerta, pero por suerte no la vio: era una broma que le hicimos al jesuita jovencito. Él viene todos los jueves en bicicleta para dar religión; lo quieren mucho, pero a mí ya me venía cansando con esa cara de sol todos los jueves, así que les dije a los de quinto: 
"¿Vamos a hacerle una broma al curita?". Y ellos pusieron la víbora 
muerta en la puerta de entrada. Venía embalado, porque viene siempre con entusiasmo, pero esta vez vaciló,se bajó de la bicicleta, miró para todos lados. Nosotros lo espiábamos desde la ventana de la cocina: 
Cucú, Chinchín, los de quinto y yo. Dio un rodeo y por fin le vimos alguna vez cara de otra cosa que no de perpetuo entusiasmo, y en vez de entrar en bicicleta sin manos haciéndose el canchero, entró a pie, arrastrando la bicicleta. Bueno, la de Artacho entró con un portafolios grueso, con todos los folios, segura, y los infolios adentro; parecía un elefante con polleras. 
Avanzaba hacia la escuela con el aire del que no tiene más remedio, ni miró los frutales. Chinchín me miraba a mí como diciendo: " ¿Qué pasa, mamá?". 
—Vaya con su padre —le dije. 
Y entendió enseguida, porque se fue, descalzo, a la cocina. 
Ella dijo: 
—Quiero ir a la dirección. 
La dirección es más chica que el baño y en el cesto de los papeles duerme el perro. Cuando lo vio, me dijo: 
—Saque eso de ahí. 
Saqué a Puchi y lo llevé a la cocina, con el Negro y Chinchín. Cuando se sentó en la silla de paja que está al ldo del escritorio, me pidió: 
—Muéstreme el archivo. 
No decía "archivo", decía "arshivo" y ahí entré a temblar. 
—No sé si lo podré abrir —dije. 
En el archivo o arshivo puse una clueca con pollitos y ahora requería 
la ayuda del Negro. 
—Negro —le dije—, hacé de cuenta que me ayudás a abrir el cajón de 
la clueca pero no lo abras. 
El Negro, en caso de apuros, responde. 
Camino del archivo, la de Artacho miró algo y dijo: 
—Aquí hay chenches. 
No decía "chinches", decía "chenches". Y seguía mirando alrededor. 
Decía: —¡Qué sucio! ¡Pero qué sucio! 
Con admiración, como si fuera una curiosidad. 
Vino el Negro y no estaba muy presentable, una pena, con lo bien que 
queda mi Negro bien vestido y bien bañado. Cuando lo vio, ni lo saludó, y se dirigió a mí: 
—Voy a hacer un informe. 
Se sentó en la dirección. Le pregunté si quería un vaso de agua. 
No quiso; me advirtió: 
—Es necesario que abra el archivo. 
Menos mal que el armario no estaba dentro de la dirección y por suerte ella no me preguntó por qué. Le dije: 
—Un momentito, señora. 
Fui a la cocina y le indiqué al Negro que arreglara un poco, por si a ese elefante se le ocurría entrar en la cocina; el Negro me contestó: 
—Esta es mi casa, la casa es un lugar de hospitalidá, el que entra tiene que sentirse contento con lo que ve, si es que entra con bondad. 
Yo lo hubiese matado, pero no quise discutir porque las cosas no andaban muy bien con él. Le sugerí que fuera con Chínchín a lo de don Salvador y me dijo que no tenía por qué irse de su casa. Pero era la casa-habitación del director de la escuela, que venía a ser yo y la da el Ministerio; así que muy bien la de Artacho podría revisar la casa si quisiera. 
Me volví a la dirección y ella escribía y escribía. Mientras esa mole escribía sin hablarme, yo no sabía qué hacer: si debía sentarme a su lado o desaparecer; caminaba cerca de ella y pensaba: "Soy maestra, portera y directora, todo junto. Directora de mi culo, y a veces". 
Cuando terminó de escribir, me ordenó: 
—Haga tres copias manuscritas y elévelas a la brevedad. Lo lamento, pero debo hacerle un sumario. Me retiro. Y me dio una mano blanda y fría como una lagartija. La tuve que acompañar hasta el portoncito, no fuera a ser que el elefante pisara un hormiguero y entonces la tendría de huésped obligada. Antes de irse me dijo, como si yo tuviera la culpa: 
—¡Ay, cuándo pondrán el asfalto! 
—No sé, señora —respondí. Y pensé: "Ojalá que el barro nos cubra hasta las orejas, así no te veo nunca más". 
Porque cuando hay barro los inspectores no vienen. Caen cuando hay sol, cuando todo se empieza a secar y una salió del encierro de la lluvia, ahí caen. Volví para ver qué había escrito: 
"En el día de la fecha visito la Escuela Rural N° 42 correspondiente al Distrito N° 2, haciéndose presente la Directora y Maestra de la misma. Encuentro el edificio en notable estado de abandono. Me veo en la imposibilidad de refrendar las actas volantes, las planillas cuatrimestrales, las anuales de estadística y los partes semanales, así como también los registros de asistencia, las planillas de calificaciones y las de perfil bio-socio-psicológico por ausencia de archivo, lo que constituye una falta grave". 
Al día siguiente me puse a copiar el informe por triplicado y me equivocaba. El Puchi estaba en el cajón de los papeles, tan tranquilo, como si nada hubiera pasado; yo tiraba al cajón pelotas y pelotas de papeles mal pasados, y como vi al perro tan tranquilo y que no me ayudaba en nada, le encajé una paliza de padre y señor mío, al Puchi, que es mi adoración. Pobre viejo, no se ofendió y eso me dio más pena todavía. 
Sí, lloro, no sé ya por qué lloro. 

Hebe Uhart

domingo, abril 06, 2014

En Mayo cualquiera es pescador.

" El viejo abrió los ojos y por un momento fue como si regresara de muy lejos; luego sonrió." 

Hemingway

.
No nos merecemos 
vivir en
el mar,
somos tontos
que creen en
las emociones.
Por eso, 
estamos amontonados 
bajo los cerros. 

--
Subiendo por la autopista nueva,
mirando las luces,
Nunca se hundirían en el mar.

No se, capás estos guachos

floten.
¿Si terminamos con los cerros,
mataríamos nuestra seguridad?
Sería ver nada más que luces,
no todas
porque algunas lámparas ya no
encienden.
Quedaron desposeídas 
de su única función.

¿Qué crees?
Veríamos nada más que luces,
no precordillera, no montañas,
igual,
en otoño
son marrones, mejor 
ni verlos.

No? 


kilómetros y kilómetros de

lámparas.
Sería raro, abrir la ventana
de la habitación 
para buscar aire.
Y al fondo, nada
Solo departamentos
26 monoblocks y 
un tanque de agua
con un par de piperos.

(Dormite conmigo.

si con total, 
esos cerros van a sobrevivirnos
van a estar para siempre,
ahí.
Como cuando busco aire
en vos.)

Dos líneas blancas

divididas por treinta
centimetros de algo.
que se corta
como
cuando tus manos 
en la boca.
Me queda 
un poco
de aire.
Complicado

Aunque muchas veces

creo que me hundo.
Me olvido de nadar,
y te apago
por no saber explicar.
Perdoname,
tengo 
la culpa,
las mañanas 
son letales.

Lo que quiero decir,

lo mejor
que te pierdas 
en esa autopista 
de San Lorenzo,
tan nueva.
Para dar
explicaciones, 
prefiero espiarte.

Hoy por hoy,

no hay cabeza que
aguante.
Mejor probemos,
hundirnos en la noche
llena de luces.

Al fin de cuentas,
esos cerros, 
van a estar siempre ahí.
Es lo que
nos merecemos.