viernes, junio 27, 2014




"Las mujeres son putas asesinas, Max, son monos ateridos de frío que contemplan el horizonte desde un árbol enfermo, son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando, indagando las palabras que nunca podrán decir"



3 comentarios:

Chapeti dijo...

–Escúcheme bien. Si mañana me viniera a ver un médico y me dijera: la Vasca se muere dentro de una semana la saque o no del prostíbulo, yo a la Vasca, que me ha dado treinta mil pesos en cuatro años, la dejo que trabaje los seis días y que reviente el séptimo.

La voz del macró había enronquecido. Había un no sé qué de amargura rabiosa en sus palabras, esa amargura que más tarde Erdosain reconocería en la voz de todos esos poltrones taciturnos y canallas aburridos.

–¿Lástima? –continuó el otro–. Amigo, a la mujer de la vida no hay que tenerle lástima. No hay mujer más perra, más dura, más amarga que la mujer de la vida. No se asombre, yo las conozco. Sólo a palos se las puede manejar. Usted cree como el noventa por ciento que el cafishio es el explotador y la prostituta la víctima. Pero dígame: ¿para qué precisa una mujer todo el dinero que ella gana? Lo que no han dicho los novelistas es que la mujer de la vida que no tiene hombre anda desesperada buscando uno que la engañe, que le rompa el alma de cuando en cuando y que le saque toda la plata que gana, porque es así de bestia. Se ha dicho que la mujer es igual al hombre. Mentiras. La mujer es inferior al hombre. Fíjese en las tribus salvajes. Ella es la que cocina, trabaja, hace todo, mientras que el macho va de caza o a guerrear. Lo mismo pasa en la vida moderna. El hombre, salvo ganar dinero, no hace nada. Y créame, mujer de la vida a la que no se le saca el dinero, lo desprecia. Sí, señor, en cuanto le empieza a tomar cariño, lo primero que desea es que le pidan... Y qué alegría la de ella el día que usted le dice: «Ma chérie», ¿podes prestarme cien pesos? Entonces esa mujer se desata, está contenta.

Al fin la sucia plata que gana le sirve para algo, para hacer feliz a su hombre. Claro, los novelistas no han escrito esto. Y la gente nos cree unos monstruos, o unos animales exóticos, como nos han pintado los saineteros. Pero venga a vivir a nuestro ambiente, conózcalo, y se va a dar cuenta de que es igual al de la burguesía y al de nuestra aristocracia. La mantenida desprecia a la mujer de cabaret, la mujer de cabaret desprecia a la yiranta, la yiranta desprecia a la mujer de prostíbulo, y, cosa curiosa, así como la mujer que está en un prostíbulo elige casi siempre como hombre a un sujeto de avería, la de cabaret carga con un niño bien o un doctor atorrante para que la explote. ¿La psicología de la mujer de la vida? Está encerrada en estas palabras, que me decía llorando una mujercita a quien largó un amigo mío:

«Encoré avec mon cul je peu soutenir un homme». Eso no lo sabe la gente ni los novelistas. Un proverbio francés ya lo dice: «Gueuse seule ne peut pas mener son cul».

Chapeti dijo...

Erdosain lo contemplaba estupefacto. Haffner continuó:

–¿Quién la cuida como el cafishio? ¿Quién la cuida cuando está enferma, cuando cae presa? ¿Qué sabe la gente? Si un sábado a la mañana la oyera usted a una mujer decirle a su «marlu»: «Mon chérí, hice cincuenta latas más que la semana pasada», usted se haría cafishio, ¿sabe? Porque esa mujer le dice «hice cincuenta latas» con el mismo tono que una mujer honrada le diría a su marido: «Querido, este mes, por no comprarme un traje y lavarme la ropa, he economizado treinta pesos».

Créame, amigo, la mujer, sea o no honrada, es un animal que tiende al sacrificio. Ha sido construida así. ¿Por qué cree usted que los padres de la Iglesia despreciaban tanto a la mujer? La mayoría de ellos habían vivido como grandes bacanes y sabían qué animalita es. Y la de la vida es peor aún. Es como una criatura: hay que enseñarle de todo. «Por aquí caminarás, frente a esta esquina no debes pasar, a tal 'fioca' no hay que saludarlo. No armes bronca con esa mujer». Todo hay que enseñárselo.

Caminaban junto a los bardales, y en el dulce atardecer las palabras del macró abrían un paréntesis de estrañeza en Erdosain. Comprendía que se encontraba junto a una vida substancialmente distinta a la suya. Entonces, le preguntó:

–¿Y cómo se inició usted en la «vida»?

–En ese tiempo era joven. Tenía veintitrés años y una cátedra de matemáticas. Porque yo soy profesor –añadió orgullosamente Haffner–, profesor de matemáticas. Con mi cátedra iba viviendo, cuando en un prostíbulo de la calle Rincón encontré una noche a una francesita que me gustó. Hace de esto diez años. Precisamente en esos días había recibido una herencia de cinco mil pesos de un pariente. Lucienne me agradó, y le ofrecí que viniera a vivir conmigo. Tenía un cafishio, el Marsellés, un gigante brutal, a quien veía de vez en cuando... No sé si por la labia, o porque era lindo, el caso es que la mujer se enamoró, y una noche de tormenta la saqué de la casa. Fue eso una novela. Nos fuimos a las sierras de Córdoba, después a Mar del Plata, y cuando los cinco mil pesos se terminaron, le dije:

«Bueno, adiós idilio. Se terminó». Entonces ella me dijo: «No, mi querido, nosotros no nos separaremos más».

Chapeti dijo...

Ahora iban bajo las bóvedas de verdura, ramas entrelazadas y ábsides de tallos.

–Yo estaba celoso. ¿Sabe usted lo que es estar celoso de una mujer que se acuesta con todos?

¿Y sabe usted la emoción del primer almuerzo que paga ella con plata del «mishé»? ¿Se imagina la felicidad de comer con los tenedores cruzados, mientras el mozo los mira a usted y a ella sabiendo quienes son? ¿Y el placer de salir a la calle con ella prendida de un brazo mientras los «tiras» lo relojean? ¿Y ver que ella, que se acuesta con tantos hombres, lo prefiere a usted, únicamente a usted?

Eso es muy lindo, amigo, cuando se hace la carrera. Y ella es la que se preocupa de que usted se consiga otra mujer para que la explote, ella es la que la trae a su casa diciendo: «vamos a ser cuñadas», ella es la que la varea a la primeriza para que levante únicamente «viajes» para usted, y cuanto más tímido y vergonzoso es usted, más goza ella en destruir sus escrúpulos, en hundirlo en su basura, y de pronto... cuando menos se acuerda se encuentra enterrado hasta los pelos en el barro... y entonces hay que bailar. Y mientras la mujer está metida hay que aprovechar, porque un día le da una viaraza, enloquece por otro, y con la misma inconsciencia con que lo siguió a usted se sacrifica de nuevo. Me dirá usted: ¿para qué necesita una mujer un hombre? Mas, desde ya, le diré: Ningún dueño de prostíbulo va a tratar con una mujer. Con quien trata es con su «marlu». El cafishio le da a Una mujer tranquilidad para ejercer su vida. Los «tiras» no la molestan.

Si que presa, él la saca; si está enferma, él la lleva a un sanatorio y la hace cuidar, y le evita líos y mil cosas fantásticas. Vea, mujer que en el ambiente trabaja por su cuenta termina siendo siempre víctima de un asalto, una estafa o un atropello bárbaro. En cambio, mujer que tiene un hombre trabaja tranquila, sosegada, nadie se mete con ella y todos la respetan. Y ya que ella, por un motivo o por otro, eligió su vida, es lógico que por su dinero pueda darse la felicidad que necesita.

«Claro, para usted todo esto es nuevo, pero ya se va ir haciendo. Y si no, dígame: ¿cómo se explica que haya 'fioca' que tenga hasta siete mujeres? El taño Repollo llegó en sus buenos tiempos a tener once mujeres. El gallego Julio, ocho. No hay francés casi que no tenga tres mujeres. Y ellas se conocen, y no sólo se conocen, sino que saben vivir juntas y rivalizan en quien le da más, porque es un orgullo ser la preferida de un hombre que los sosiega a los pesquisas más prepotentes de una sola mirada. Y pobrecitas, son tan locas, que uno no sabe si compadecerlas o romperles la cabeza de un palo».