lunes, septiembre 21, 2015

Siempre sospeché
que los milagros
eran de mentira,
como Papá Noel.

Mea culpa multitudinario,
diosito no te salva
aprieta un poco,
y así como no te mata,
tampoco salva.

Miles de milagros negros,
descreídos
llenos de mensajes
plagados de realismo mareado.

Así como cuando
se marea la gente
me mareo
envolviendo fideos
con un tenedor.

Es que tenía más ganas
de comerte los pies
y de trepar
hasta el techo del cuarto
para dormir ahí
hasta que todo pase.

Pero no era un buen plan
había que encogernos
para tocarnos el alma,
solapada con cosas
que se atoran en el subconsciente.

Ahora me siento
baratija comprada
en la tercer góndola
de un supermercado Día.

El 2x1 de la semana,
sin nada más
que dar,
costo por beneficio.

Es que no hay más profundidad
es eso, el peso del calificativo
el dolor del dicho,
el entrecejo fruncido,
el malestar dominical,
que se aviva y taladra
para mostrar esa parte
que estuve años
de años tratando
de no ver.

Ahora entras,
me invitas
de manera primaveral
a zambullirme
entre tanto lío,
y yo espero un milagro
un ser que no sea ángel
pero parecido,
que me apriete,
no me ahorque
y tampoco me salve.



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