jueves, octubre 12, 2017

Heredamos más que ojos,
pelo, nariz, boca,
colores santos
y una piel confundida
que se curte bajo este sol.

Pasamos pedaleando rápido
en las mil maneras de existir
sobre la dualidad ancestral genética
y autoinmune de ser
tan humanos en esta hierba.

¿En qué momento
se rompió algo
en tu núcleo celular
y terminaste siendo así?
Y anda a saber
si encontramos la respuesta
desterrando los ojos.

Tengo dudas de culpar
esta existencia.
No se si fue tu viejo,
o el viejo de tu viejo,
o ese flaco amigo tuyo
que recuerdo de la infancia.

Hay cosas que la ciencia
no abarca, son los espíritus
con soporte genético
que nos vuelven conejos
de carne débil
escondidos bajo los árboles.

Cuando el pasado
se desconfigura
lo tangible se tambalea
en la punta de un sube y baja,
se aferra como niña
y llora sobre la red
que abarca más
que un dolor de estómago.
Atravesaron tu nuca
las estrellas
que seguían los marines
durante las expediciones.

Queremos sobrevivir
contra todo pronóstico,
una parte nuestra
resiste amazónica
mientras la otra
quiere violentarnos,
evangelizarnos, violarnos
y explotarnos.

Ese caparazón de misticismo
se vuelca sobre una foto vieja
donde estás en Los Ángeles
con alguien parecido a Ashton Kutcher
sin  siquiera sospechar
que en tu vida cabía tanto humo,
tampoco supe caber yo,
o mis hermanos.

Mamá ya no llora,
dirán que sus deseos reproductivos
fueron saciados,
razón por la cuál
estamos todos aquí
moviéndonos como polillas
chocando en los cristales
del universo al medio día.



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