jueves, diciembre 19, 2013


I
Los mismos compañeros con los que laburan se le metieron esa noche a la casa, lo botonearon los colegas envidiosos enfundando su discurso en cualquier  verdura para quedar bien con el zapato de Lami, le sacaron el secarropas y la plancha y lo escracharon con fotos en el diario. Él estaba tirado tranquilo con su pibe más chico escuchando lo que decía Fantino del partido de San Lorenzo que enfilaba para campeón, tranquilo porque era su día libre, hacía calor pero el cansancio de la semana no lo dejaba levantarse a encender el turbo.
Lo primero que hizo Chicho cuando llevó el secarropas fue usarlo para secar el uniforme de cana, porque ser cana es hoy por hoy una mierda, antes estaba bueno, ya no hay respeto, se les perdió el miedo a los polis, es más los policías en los barrios tienen que andar con cuidado y el culo contra la pared. El aparato fue recibido y festejado por Paula que andaba esperando el tercer nene, y ya no podía más con el semi automático y la panza, los venció la ansiedad y cuando lo probaron no sabían que había que sostenerlo porque se tambalea, el coinor quedó dando vueltas como trompo, ellos se reían y se daban abrazos y besos, era un triunfo y un homenaje hacerse un regalo tan barato para ellos, a veces da gusto progresar con tanta facilidad.
En la primera semana de diciembre se desató en la capital Salteña y provincias vecinas una especie de efecto zombie en la sociedad, el centro parecía una jaula de loros adentro de un camión en una calle de ripio, la gente no sabía lo que hacía, no entendía nada pero más o menos seguía al resto. Esa noche la sociedad se encontraba dividida en partes, los que saqueaban (minoría), los que defendían lo suyo, y los que se paranoiqueaban y querían colgar a cualquier caco de la pija frente a la catedral solamente porque son negros marginales sin educación (lamentablemente, la mayoría). Se sumaba a este grupo, un cuarto, la policía que tenía órdenes directas de arriba de aplacar los disturbios. También estaban los medios, que trataban de dar a entender que pasaba, pero mientras tanto rosqueaban a favor y en contra de sus conveniencias. De todos estos grupos, nadie hacia nada bien, la paranoia, el desorden y la adrenalina es la combinación perfecta para el caos.
Los compañeros le habían dicho a Chicho antes de salir de la seccional que se iban a prender en la del resto del país para pedir que le aumenten un cacho mas el sueldo, Gómez era un turro, el más viejo de ese grupo. Siempre manejaba cuando salían a patrullar, enfilaba para la calle de los travas y les cobraba la cometa por laburar en su zona, nadie le podía decir nada, cuando aparecían aspirantes los obligaba a bajar con él para divertirse un cacho.
Gomez y Sanconte tuvieron la iniciativa de sacar provecho de la situación, Gómez quería un plasma y un dvd para ver tranquilo the walking dead y Sanconte quería una notebook para llenarla de porno, La Cabo Sanchez quería la play 3 para el hijo. Chicho no quería pero Gómez le explicó y aflojó “Sos un boludo, pero no tenes la culpa. Va a estar lleno de gente generando disturbios y todo arreglado, nosotros mandamos a saquear a los amigos de Villa Juana. Ellos agarran lo que le pedimos y se sacan lo suyo también, agarramos a cualquier gil, pero a ellos no los tocamos y no dejamos que los toquen. Termina la noche y nos encontramos en la casa del Turko Perez para hacer la repartija, no puede salir mal, lo están haciendo en todo el país, todo un circo. Nosotros vamos a ganar un aumento y de paso equipamos la casa.”


II
El tipo no tenía la culpa, creció en los noventa en pleno gobierno de Menem y supuestamente estábamos mal pero íbamos bien. Creció en una casa común de la Paternal, de esas casas chorizo viejas, con patios que la entrecortan y manchas de humedad. Vivía con su mamá y hasta hace un tiempo atrás su abuela. Su papá se fue o se murió, nunca supo y no se animaba a preguntar. La casa estaba bien, empapelados de flores bien kistch, plantas en macetas hechas con latas, ruedas, potes de helado y canaletas, un gato que meaba en el bidet y dos libros de la historia familiar, una reliquia porque mostraban el origen de su familia antes de emigrar para Argentina, les daba identidad, los diferenciaba por tanos. Tenía su habitación, su pelota, su camiseta de Huracán y su escuela a dos cuadras, normal diez.
Su vieja, Fanny tenía una pilchería, fumaba mucho y hablaba fuerte. Los sábados a la noche se juntaba en la parte de atrás del local con 4 amigas y le daban a la timba por plata, las amigas tenían bocas grandes y ojos pintados con colores perlados, mucho maquillaje katalia que a las horas de juego se comenzaba a disolver en sus caras y parecían derretirse, eran unos monstruos rubios y perfumados con Avón. Los puchos al costado de la boca, las cervezas Palermo que todavía salían 80 centavos en los chinos y su vieja, que lo hacía quedarse quieto al costado mirando la televisión de aire en esas pantallitas chiquitas que se compran en el once, con el paso de las horas todas esas rubias berretas se transformaban en lo peor de sí.
Mucha bola no le daba, decía que le había salido tarado como el padre pero que el pibe no tenía la culpa y había que quererlo, ella se adjuntaba algo de culpa por destetarlo. Lo destetó a los 3 meses, temía que se le caigan las tetas y eran su mayor orgullo, Fanny era una egoísta y así le fue.
En el 2001 la agarró la crisis, la pilchería no andaba ni para atrás ni para adelante, el alquiler estaba por las nubes y ella era una inútil consiente. Vendió todo, casa, pilchas, chiches, cuadros y demás por algo de efectivo, unos dólares, patacones y lucheon tickets. No podía más, Buenos Aires se volvía tormentoso para ella y por ende para Chicho, era volverse a Italia  solamente porque de ahí vino su tatara abuela o morir en algún lugar donde la argentinidad no sea tan devastadora. Si bien el panorama no era el mejor, era más acogedor nuestro país que cruzar el charco y se quedó aquí.
En octubre de 2002 se mudó a Salta, donde había conocido en un verano a un primo lejano y le dio una mano. Con lo que tenía compró una casa en la Martín Cornejo arriba y pudo amoblarla, guardó la guita en el colchón como le aconsejó el primo y se puso a buscar trabajo, no había nada, a su edad, con su temperamento y su inexperiencia no podía hacer nada. El primo la bancó hasta lo que la realidad le dio. Cuando no daba más, comenzó a ofertarse por clasificados, cuando Chicho se dormía a su casa ingresaban los hombres que podían y querían pagar lo que Fanny valía, al primo le debía varios favores así que le hacía precio. Era buena, y en algunos casos lo hacía por gusto. Con esto Fanny volvía a darse los lujos que le apetecían, algunas noches “cerraba el cheboli”, y se dedicaba a reponer en su cuerpo, lo que el trabajo le demandaba, teñía su pelo, pintaba las uñas y se hacía el tiro de cola.
Así creció Chicho, como un boludo sin tener la culpa, terminó el colegio en la Urquiza y se metió de aspirante a cana. Se quería abrir del ala de Fanny y en la escuela de cadetes vio una salida rápida. Los azules lo apodaron “porteño”, y así lo llamaban en los partidos que hacían en la cancha de la escuela de policías entre actividades. Se hizo algunos amigos, no era de resaltar, salvo por su tonada y sus características físicas, no era un cana común salteño. Jugaba bien a la pelota, y no le gustaba pensar. Los amigos nuevos rápidamente se dieron cuenta de que su vieja era puta, y comenzaron a frecuentarla. Se pudrió de todo, en cuanto consiguió un poco de plata se alquiló una pieza cerca de la escuela y se mandó a mudar.
Ahí encontró un mundo donde está bueno ser aspirante, trató de hacer todo lo más rápido posible, y así fue como Chicho, El Porteño se volvió cana. Por boludo por no decir de más, por no ser pillo como Fanny, como los compañeros, como los mismos amigos. A veces fantaseaba con su viejo y se imaginaba que en la cola de un super, el cajero lo reconocía y se abrazaban, que iban juntos a la cancha, que se tomaban un vino y se ponían al día. En algún delirio pensó que lo habían secuestrado los ovnis, y que el luchaba por escaparse de esa nave donde era sometido a interminables estudios para ir a decirle a su hijo que nunca lo abandonó, pero que no había sido fácil salir de ahí para buscarlo y amenizar tanto vacío, pero que estaban a tiempo de recuperar ese tiempo perdido.
Andaba solo, y se sentía un salame como si el destino lo hubiese encasillado a la perfección en ese título de dolobu sin tener la culpa. La ironía se le desparramaba en la cara esa noche, donde se tomaba su primer vino tinto en una taza sin agarradera, lloraba desconsolado, por la pelota, por la puta de su vieja, por Huracán, por las prácticas policiales, por el cansancio del aspirante sobrexplotado, por la falta de amor, por sentirse tan solo en el mundo. Le hubiese encantando tener una máuser. Como las que usaban los tipos de la inteligencia de las películas que pasaban en ATC y que veía en la pantalla chiquita en blanco y negro los fines de semana de maratón timbera de su vieja. Cómo le gustaría volver a eso, los momentos esa sensación al menos las amigas de su vieja ajironaban entre tanta desesperación la realidad de su vida,  era lo más similar al vientre materno que se le ocurría ante tanta porquería. Con la alemana Mauser se volaba la cabeza, con la reglamentaria podía salir o todo bien y matarse o todo mal y ser un boludo sin culpa pero con suerte.
Salió con el caño metido del lado de adentro de su campera de jean y corderito, se iba a matar y quería dar un show, volarse la cabeza en algún lugar donde todos los morbosos vean su poco seso como mermelada untada en la pared, ojalá que el forense sea su viejo, así lo miraba por dentro y entendía que de nada sirve tener un corazón cuando le vacían el pescuezo. Así salía Chicho, reventado por dentro, podrido de tanta cosa turbia dispuesto a sacarse todo eso de encima de una buena vez.

III
Esa noche conoció a Paula, y nunca le contó que por ella no se mató, paró a comprar puchos en un 24 y ella estaba ahí con su puperita, su jean localizado que le dejaba el culo como media sandía perfecta, mascando chicle de la manera más desagradable que alguien podría observar, indiferente ella, le revoleó el Phillip Morris 10 y le dio el vuelto sin mirarlo, algo le picó, y se la charló un rato, como para estirarle un rato a la parca. Eran como las 2.30 cuando ella le dijo que se vaya, que si quería hablar la invite a una cerveza, no en el laburo. Salía a las 6 y el jefe le prohibía visitas nocturnas porque vivían afanando por la zona, a lo que él le aseguró que esté tranquila porque era policía y era su día libre. A las villeritas les gustan los canas, pero este encima era porteño y con raíces tanas, era ganancia asegurada.
La cosa quedó en las 6 de la mañana cuando se encontraron. Paula se enterneció con la necesidad de hablar de Chicho, revoleó el chicle, le sacó un pucho del paquete, lo fumó y comenzó a acariciarle el cuello, lo apuró sin drama, y se fueron a la pieza, fue suficiente para que ahí apareciera un amor de horas, no solo por la piel de Paula y de que Chicho venía sobrecargado de calentura. Ahí estaban ellos juntos las horas que podían. Se llenaron de sueños y proyectos, ella iba a dejar el drugstore y se iba a poner a estudiar para maestra jardinera, ellos se iban a ayudar. Se cruzaron en el momento ideal, se necesitaban y ahí estaban. Paula era la única persona que no veía a Chicho como a un tarado, se cambiaron las horas para dormir, y así andaban a los arrumacos en el cuartito.
Así pasó un año de la aparición de Paula, como un angelito cumbiero que le dedicaba canciones de amor a Chicho por el Facebook, cuando apareció un quilombo nuevo. Ella había dejado de trabajar y se había puesto a estudiar, con el sueldito de Chicho y la repartija de las comisiones que Gomez le sacaba a los travestis andaban bien. Un día se desmayó en el medio de la clase, cayó con el evatest a la pieza, estaba embarazada de 9 semanas. No quedaba otra que apretar los dientes y hacerse cargo.
Chicho hacía más horas de las que el cuerpo le permitía, se quedaba dormido en la comisaría y los compañeros lo aguantaban, si algo había que reconocerle al porteño, es que le ponía huevos como nadie. Cuando Fanny se enteró les ofreció volver a la casa de ella en la Martín Cornejo por un alquiler mínimo y aceptaron. Allá se mudaron, Fanny los ayudo, andaba noviando con un puntero que les arreglaba cuanto plan social podía y con eso se hacían de otro sueldito, con eso Chicho hacía menos guardias y dormía. Soñaba con una vida mejor para su Paula y el hijito, quería un varón para jugar a la pelota, para llevarlo a la cancha de Huracán, para que vayan al autódromo a ver las cafeteras y cuando crezca, pagarle la universidad para que no sea cana y la pase mal como su papá.
Le costaba horrores levantarse, Fanny se había ablandado y le preparaba bollitos caseros que él repartía en la comisaría, se habían montado con Paula una mini empresita de cosméticos, vendían natura, avón, amodil y fuller, les iba bien y laburaban desde la casa. Se compraron una motomel y hacían los repartos las dos, el carisma de Fanny y la habilidad de Paula con los números hacían que todo marche bien.
Ese día se movilizaba la CCC, siempre lo mismo, más planes, mas subsidios, más, más, más, todo era normal, un embole hasta que Fanny le mandó un mensaje, diciendo que iba a nacer su hijo, se fue con el uniforme y todo. Feliz, pensando que le iba a poner León. Llegó desesperado, cuando la vio a su mujer hermosa, radiante con el bebé prendido a la teta, 3, 200 pesó nació de parto natural, todo perfecto al fin.

Chicho al fin tenía una familia, ya ni se acordaba de su papá, ahora él era papá, el mejor de todos sin ovnis, ni fantasmas del pasado. ¿cuando lo tentaron? pobre, se quedó en la calle. Aveces lo veo pasar con el diario chiquito todas en las mañanas, marcando clasificados. El tipo es un boludo, pero no tiene la culpa.

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