martes, diciembre 03, 2013

Hairnet Paradise

Me preguntó si me quedaba a dormir y le dije que si, pero que corra los pies así podía poner mi cabeza al lado, siempre me dieron asco esos pies. La cama era chiquita y tenía olor raro como si muchas personas distintas durante muchas noches distintas hubiesen sufrido lo mismo que sufríamos nosotros esa noche, chau le dije, me quedé mirando las manchas de humedad y la lampara fluorescente, había como cientos de imagenes en las manchas de ese techo.

No me quedaba otra que estar, dejar que la transpiración se apodere de mi como a todos ahí, que se me pasen las ganas de vomitar y de largarme a llorar o dormirme, aunque sea para soñar que me tomo el 5 y vuelvo al barrio, donde muchos amigos con diegos maradonas tatuados en el pecho me esperan con una cerveza fresquita, un porro y me cantan el feliz cumpleaños. Nos podíamos ir a las 8 del martes, después de que la enfermera le tome la presión y el doctor diga que está todo bien. Para que esto pase faltaban 6 horas. Gracias hija por estar acá el día de tu cumpleaños, me dice cuando por fin yo me había dormido, no era mi cumpleaños, nunca supo cuándo es mi cumpleaños.

El paisaje era este carteles en pasillo que se interrumpían con un gordo que paseaba con un carrito con Talcas y una torre de sandwichs de milanesa. Se escuchaban quejidos, ronquidos, pedos, estornudos, tos, murmullos y sirenas. Se hacía desesperante saber que dentro de una habitación de 60 metros había muchos tipos postrados en camillas esperando alivio con una ficha y un número. Inhalando y exhalando su propio aire apenas alivianado por unos ventiladores viejos. 

En la cama 122 estaba Quispe que le clavaron una punta y le robaron la cuota de la ANSES para comprar falopa, lo más triste de todo es que fueron sus propios hijos. Don Quispe corta el pasto en la casa de mi abuela todos los terceros martes de cada mes, así es desde que tengo uso de la razón, llega con la bordeadora y el rastrillo atados a la bicicleta y labura callado, puede estar horas bajo el sol y no te pide ni agua, nadie tiene cuero para estar tanto al sol, solo Don Quispe.

Esa noche estaba solo, como siempre y parecía no importarle, como si esa parte del cerebro que te hace sentir vulnerable se le hubiese desprendido del cerebro quedando por ahí como un tumor que nunca fue, o desarrolló un super poder que hace que llore para sus adentros, o lloraron tanto sus ancestros que las generaciones venideras se quedaron secas de angustia, evolucionaron para aguantar y aguantar. Dormía como en una habitación del Sheraton, daba la sensación de que ensayaba la muerte, provocando una alteración de sus estados, la comida del hospital era el room service que nunca pudo tener.

Un enfermero me corrió de ahí, me dijo que era el ala de hombres y que las mujeres no podíamos quedarnos a dormir. Me hacía pis, pero prefería una laguna en los pantalones a un paseo por esos baños. Faltaban 5 horas para las 8, papá dormía y el hospital era la máxima representación de la desesperación, los enfermeros se paseaban con tazas y termos como caminando por la peatonal, para ellos es su hábitat y ahí se desenvuelven con total normalidad.

Dos administrativas decoraban un rincón horrible con un árbol de navidad rengo y un pesebre que se burlaba de mis devaneos metafísicos y las ganas de mear. Las luces re chinas, a San José le faltaba el brazo izquierdo y la discusión de pegar al niño dios con gotita para que no se lo roben. ¿Qué mierda tiene que ver San José y las luces con todo esto? Nadie se merece ver a un niño Dios en pelotas, recién nacido con pastorcitos en una jesrusalén de papel madera debajo de un cartel que dice que cuidemos la limpieza. No tiene coherencia, la gente que está ahí opta por la Fe como manotazo de ahogado y cuando se olvidan de sus dolores le compran una Talca y una milanesa al gordo que vende para comerla al lado de alguien que vomita, necesitamos ayuda urgente.

Me hacía pis, la panza me hacía ruidos raros, identifiqué al médico y lo seguí, cuando me vio hizo un comentario de que era raro que siga ahí, parecía acostumbrado a que familiares y amigos depositen en el San Bernardo a sus enfermos y se sientan liberados de ellos con sus penas y angustias. Me dejó ir con una especie de aprobación por no tener esa cultura del abandono, odio los abandonos y todos sus sinónimos, aunque en casos como este, debería repensarlo. Le pregunté por papá y respondió lo de siempre, menos falopa, menos sal, salir a caminar, Ni escuché las recomendaciones esa dieta se pierde rápido para retomar su clásico vaso de whisky barato. Vivimos sumergidos en una contaminación que nosotros mismos generamos, nos acostumbramos a lo llano, a lo quieto, a lo insalubre.

A las 8 estaba ahí, y una hora después lo soltaron, como a un preso con una bolsita con sus pertenencias y remedios, medios boludos los dos, salimos de ahí, antes de irme saludé a Don Quispe que dormía, el sol pegaba fuerte ya. Este martes va a ser un día largo.





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