miércoles, diciembre 31, 2014

Días previos, me habló de compartir y viajar con alguien “de viejos”. Nos imaginé “de viejos” compartiendo y viajando. Sin tomar conciencia de la diferencia horrible de años vividos que nos llevamos. Nos imaginé por ahí cumpliendo con su deseo, dos viejos felices. Como si el abismo de edad fuese piadoso para que se quede en el tiempo y yo lo alcance.

Un par de semanas después nos fuimos, solos a un lugar lleno de gente, no llegamos a embarcar que entre los dos ya hacíamos desastres hormonales. Si fuese por él nos dábamos murra en el taxi que nos llevaba al aeropuerto revoleando el bolsón de humitas que llevábamos para regalar por la ventana. Da todo lo mismo, hay que justificar tanta milla aérea en algún momento.

Autopista, 2 am, recién llegados, medio borrachos con bolsos y mochilas. Dos salteños regalados, un festipunga vacante. Se paró en el medio del puente peatonal y sacó una foto mientras decía algo sobre un embotellamiento. No entendí nada, era perfecto.

Caminábamos en dirección contraria a donde en realidad teníamos que ir, todo por mi culpa. En el apuro por salir a tomar un avión -y rajarme de la oficina que  me  liquida diariamente- anoté mal la dirección. Me quería morir, que se descarrile un bondi y me lleve puesta por pajera. Lo seguí. No tenía ni idea de dónde estábamos y todo me resultaba más grande de lo que me acordaba. Estaba en otra, detrás suyo y con el corazón en la mano.

En la vereda del frente aparecía una barra de pibes que cruzaba hacia nosotros, directo a nosotros. Indicio de que cualquier cosa podía pasar, pero zafamos. Volvimos al punto donde nos dejó el taxi y se me ocurrió invertir el número de la dirección. Pendeja conchuda y desbolada, pero con suerte, hoyo, ojete, como sea, llegamos.

El resto del viaje fue para intentar entregar las putas humitas que pasaron a un segundo plano por mis ganas de hacer lo que se me dio la gana, pero con él. Compartir un poco, chivar juntos, caminar por plazas, tomarnos todos los taxis posibles, apretar tranquilos, bares, librerías, barrio chino, entrar a un recital y salir contentos. Quedar hasta el cuello de comida rápida y emociones.

Nunca lo voy a alcanzar, siempre voy a ser la que quiere más y se juega menos, la parásito, la que espera, la que cuenta  los días para verlo los pocos días y las pocas horas que lo veo. La juego de cero a la  izquierda que le camina por detrás, con ganas de algún día, alcanzarlo.
                   
Inevitable, si hasta en las películas pedorras se acaba la magia, con la diferencia de que en la vida real la caída es peor. La noche anterior a volver  el cuerpo se tomó revancha y me dio fiebre, chivé la vida. La integridad física siempre jugando en contra, autoboicot o muerte.

Duela o no tocaba volver a la chatura de saber que no nos merecemos. Aeroparque, muerta yo, por mí, por él (y por siempre tratar). Otra vez se paró, otra vez sacó una foto y yo saqué la misma para no tener que imaginármela después.






Antes de bajar del taxi le agradecí por el viaje, me ofreció quedarse un rato conmigo pero ante mi duda se fue. Subí y me dormí como para tomar un respiro, lo necesitaba más que al actrón con cafeína. Soñé que nos hacíamos viejos. Me despertó Juancito, preguntándome si ya había llegado. 




jueves, diciembre 25, 2014

Tiraba helado por la boca cuando hablaba a los gritos de sus épocas de oro y le pegaba a la mesa cuando quería reforzar una idea.
Lo llevé de vuelta a su casa a eso de la 1. En el camino criticó la comida, las personas que nos invitaron a pasar la  Navidad, criticó los regalos, mi ropa, mis formas de relacionarme y el hecho de que me acordé a las 10 de comprar el globo, las estrellas y algunas cosas para que los más chicos se diviertan. Dijo que eran unos malcriados.
Al girar unas tres cuadras antes de llegar a su casa elogió mi forma de manejar
"Sos digna hija de tu padre, la tenes clara al volante", en la radio sonaba una de mis canciones favoritas: Navidad de Reserva. Me pidió frenar para comprar un vino, cuando se bajó, aceleré y me fui. 
Lo volví a dejar, va a pasar un tiempo hasta que tenga ganas de verlo. Cuando se percató me llamó, subí el volumen, quería estar tranquila.

lunes, diciembre 22, 2014

Manuela daba vueltas
y gritaba como loca
al costado de un río.
Encontró una chapita
y gritó "máaa un tesoro, mirá!!!"

La chapita oxidada
la mamá sentada
al costado de una piedra
cebaba mates
"que lindo hija, guardalo bien"

El sol estaba fuerte,
y Manuela cantaba
"feliz navidad a todos,
y un año mejor"

Al fondo, los cerros
y unos veinte autos
estacionados en fila
cumbias y canciones.

Al rato aparecen unos changos
con unas botellas
llenas de renacuajos
embarrados y eufóricos.

Tomaban yogur del saché
y comían tortilla a la parrilla.

Los renacuajos estaban
bajo el sol, un rato,
otro rato, como tres horas.

"Che, se cagaron muriendo todos"

Manuela guardaba el mantel,
su mamá tiraba la yerba
al lado de un yuyo,
los pibes pateaban las botellas
con renacuajos muertos

El sol se estaba yendo,
soplaba viento,
hacía un calor de cagarse
las nubes se ponían grandotas.

-"Vamos que se hace tarde"
un ufa enorme, un auto menos.

Los renacuajos muertos,
en el tacho de basura verde.
Se encendían las luces,
del costado de la ruta.
Señal que hay que dejar
el río o te chorean hasta el hambre.
Chupaba el huesito del caracú
y se relamía,
pan, sal, restos de comida
en el plato.

Pan y queso
es una trampa,
una casa con dos ollas
y muchas botellas.

La sopa está fría
la panza está llena
y tengo un perejil
entre los dientes.

Así sonrío.

domingo, diciembre 21, 2014

setenta, siete, tres, doce, seis

Le tuve que explicar a Edu que no iba para sus setenta años. Obvio que por escrito, no me animaba a enfrentar su tono de voz, ni por teléfono. Iba a sonar muy fuerte su frustración por tener una hija de mierda como yo.

Le dije que no podía, llenándome de excusas. Excusas que, al conocerme interpretó como excusas de una perdida de la vida, desapegada, hippie roñosa que no va a llegar a ver a su viejo soplando una torta llena de velas. Setenta velas, una por año. Años de mierda, años felices, años de músico, compositor, contador, militante, muchos más años de los que a mi me gustaría vivir. Muchas cosas, mas de las que cualquier pelotudo pueda soportar.

Hace siete años me fui de ahí, y ahora lo extraño. Mi casa manejaba niveles altísimos de violencia simbólica que se repartía en cuotas iguales de lunes a domingo. Sarcasmos y desacreditaciones mutuas. El amor existía en la primera línea familiar, donde los hijos pasábamos a ser un estorbo. Eramos muchos, creo que extraño la multitud y la heladera siempre llena.

Nos habíamos criado sin suerte, la suerte estaba en todas las casas menos en la nuestra. Será que no creíamos en dios, dios nos había estafado. Nacimos feos, inteligentes y con miopía. Todos iguales mismos gestos de malparidos. Nos criamos en el desconsuelo absoluto.



Cuando cumplí un año de vida mi hermano Rafael me regaló un tajo en la frente, me bautizó de violencia. Me empujó en el andador y me estrolé contra una pared, pasé mi cumpleaños con hilos en la cabeza y y una venda, me hicieron tres puntos. En las fotos de ese cumpleaños nadie sonríe.

Todavía conservo mi cicatriz en la frente, en mi adolescencia la aborrecía y usaba flequillo para taparla. Tapaba todo lo que era, tenía el corazón congelado y estudiaba en una escuela plagada de marginados.

A los doce años, parecía de dieciocho y un chico dos años mayor que yo quiso acostarse conmigo. Lo sabía porque cada vez que me lo cruzaba me mostraba su pene. Nunca había tocado un pene, pero me imaginaba que podía oler muy mal.

A los doce años era una niña en un cuerpo enorme y caí en esas cosas estúpidas a las que estamos condenados los que vivimos en el mundo. Que estúpida es la belleza, no era linda, era amorfa (tenía do ce a ños!). Me eligieron candidata a reina de mi colegio.

No me dejaban participar del concurso de belleza. Con doce años, ya era material de exposición. Mis compañeros aparecieron esa noche por mi casa, (manejaba el chico del pene), traían ropa y un cuchillo, que se suponía, era para amenazarme de muerte. Mamá -se suponía también- estaba en Mendoza, me subieron al auto, me vistieron y peinaron camino al concurso. Todo perfecto.

Esa noche fui reina. Reina del neoliberalismo menemista que anunciaba una crisis, reina de una localidad que formaba parte de una provincia en un país del tercer mundo. Yo, la protagonista arriba de un escenario con un número en el pecho y pintada como puerta. No sabía que pasaba,  pero el hecho de tener algo de reconocimiento me alegró un poco.

Mientras me entregaban los premios (unas flores que al bajar tenía que devolver, un reloj de pared chino y un kit de maquillaje) apareció mi mamá. La vi venir entre la multitud, se la veía furiosa desde ahí arriba. Subió, me sacó la corona y la lanzó al público haciendo ruidos con la boca, mascullando ira entre la multitud, me sacó las cosas y con la otra mano me agarró de los pelos, me destronó.

Nos subimos a un auto, no decía nada. El odio la hacía pronunciar las palabras de tal modo que era imposible entenderla, ella no entendía lo que estaba pasando, las dos llorabamos juntas por motivos totalmente distintos, ella me odiaba y yo a ella. Nadie en este mundo entendía nada en ese momento. Llegamos a casa y me llevó al baño.

La escena era la de una cenicienta a la que no le daba la nafta ni para ser cenicienta, una preadolescente confundida, doce años.  Me arrancó el vestido, lo pisaba, mientras pisaba me insultaba, continuó con el reloj, me lo partió en la cabeza y un vidrio me lastimó la mano, había sangre, vidrios, un vestido roto, un reloj chino en el suelo y un kit de maquillaje que terminó en el tacho de basura. No nos hablamos por un mes.

Todos me reconocían por la calle, tenía la mano vendada y salí en el diario del día siguiente. Un festín prensero. Estaba muerta por dentro. Mis compañeros no me hablaban, el chico del pene, si, seguía mostrándome el pene.

Algún día, supongo que tendré mayor suerte, y si mi viejo sigue vivo, lo veré soplando un montón de velas, que simbolizan años vividos Nadie pensó en distinguir los años vividos por color. No quiero vivir setenta años llena de odio, creo que me gustaría enamorarme, como solución a todo.

Mi hija de seis años tiene cuerpo y tamaño de seis años. Me trajo un boletín hermoso y experimenté algo de alegría, festejé ese logro, bailé con ella y fuimos a comer a su lugar favorito. Mientras ella saltaba en el pelotero la miraba y le decía que era hermosa. No tiene cicatrices en ninguna parte de la cara.

Esa noche me preguntó por qué no había ido su papá con nosotras y se respondió sola, le iba a pedir a él que la vuelva a llevar a festejar a ese restaurante. Noté que tiene tendencia a ver el lado positivo de las cosas y me dio una cuota de tranquilidad.

Tampoco sabe que su abuelo cumple setenta años y no vamos a festejarlos con él. A ella ahora le sobran motivos para celebrar. Setenta años, son muchos mas años de los que yo, su madre, quiere vivir. Ella no sabe contar hasta setenta.

domingo, diciembre 14, 2014


Pensaba en mis últimas noches, todas distintas. Termino metida en cada brete, hace unos días me encontré bajo un nogal con un grupo de pseudo intelectuales que importan culturas anglo y las apunan. Me sentí de más, una gorda boluda rodeada de tipos que la tienen clara sin saber por qué. Me fui lo suficientemente en pedo como para poder superar ese momento. Más que el momento, superar el desvarío y el histeriqueo de no reconocerme como parte.

Posterior a eso, celebramos mi cumpleaños con uno de mis grupos de amigos. Todos distintos, todavía no entiendo como carajo logramos querernos. Supongo que somos personas sueltas y yo soy una adicta a las historias tiradas de los pelos. Me esperaban todos tan hermosos con unos bocaditos de jamón crudo -que tienen un nombre muy gourmet que ni en pedo me acuerdo-, vermuces y fernet con coca.

Paréntesis descriptivo: Los amigos:

 Julio Gashegos, histerico, gritón, fanático del pasado y del fútbol, kirchnerista y disconforme crónico. Amigo demandante, el día que explote incendia todo. 

Julio Merlo, el chabón más simple, gamba y bueno que conocí en mi vida, le podés patear la cara que no va a reaccionar mal. 

Con Ana estoy imantada, identificada de punta a punta, Lanita Alzamendi es una flaca hermosa, sensible, tiene unos gustos para la música y la literatura que te hacen descubrirla día a día, la loca se sube a cualquier bondi que la saque de la aldea un rato. No se que mierda hace acá, pero el día que se vaya, tiro todo por la borda y me voy persiguiéndola.

Marti: simplemente la amo, me hace bien, es tan cálida que dos días sin saber de ella me hacen sentir una huérfana de la vida. Con ella como, duermo, hablo, lloro, paso días metida en su casa sintiéndola mía. Criamos a nuestros hijos juntas, yo la parasito y ella no tiene drama. La jodo, le digo que nos falta garchar y somos la pareja del siglo. No pienso descartar esa posibilidad.

Tupac es el mismísimo satanás, cuando te habla te engualicha, te engancha en sus curdas y no podes salir, es un viaje de ida. Puedo pasar días enteros con él que no me cansa, cocina todo el día, es una gorda tana metida en un flaco hermoso. Lo conocí haciéndole una nota para un pasquín de mierda y no lo solté mas.

Sigo con la historia:

Gashegos es calentón, no podes hacerle una joda porque no se la olvida más. Debe pesar 50 kilos con toda la furia y se quiere boxear con todo el mundo. La noche de mi cumpleaños le hicimos una joda y se pudrió todo, el clima se cortaba con el zumbido de un mosquito.

No aguanté, en el primer amague de retirada le pedí al viejo que escucha panró que me busque. De vuelta a casa me acordaba por qué mierda nunca festejo los cumpleaños. Siempre la cago. El pobre viejo siempre termina pagando mis platos rotos.
--
El viernes salimos con mi equipo de laburo. Habíamos trabajado todo el día. Acarreábamos una semana tremenda, llena de problemas. A esta altura, fin de año, las cuestiones más pelotudas tienden a cagarte la vida hasta quitarte el sueño.

De repente éramos 5 personas sentadas en el patio de un restaurante con celulares en mano recibiendo y dando directivas. Eran como a las 11 de la noche, y todos teníamos ya varios litros de birra encima, nada puede salir bien, -o nada puede ponerse peor-, es difícil explicar que no hay remedio en ese contexto.

No puedo decir si disfrutaba o no del momento, pero si se que el simple hecho de sentirme útil en un lugar lleno de imbéciles, me dio más placer que odio.

Finalmente terminé en un bar recontra careta hablando de militancia, de política, de como continuar el proyecto nacional y popular con el mismísimo Marcelo Duhalde y una pendeja de la UNSa que parecía una muñeca pero si cerrabas los ojos cuando ella hablaba, la confundías con el Bafle Montaldi de tránsito. Estuvimos horas charlando de mi viejo, del futuro, extrañamos a Néstor juntos. Me contó historias maravillosas. Me las acuerdo y me pone la piel de chancho, antes de irnos lo abracé y nos dijo "les voy a contar a la presi que salta tiene mujeres como ustedes, que con un poco de garra se cargan el país al hombro".

Esa noche el viejo ni apareció, se pasó de pillo contestó tarde mis mensajes de borracha buscando mugre, me había dormido. Lo re entiendo, mi vida es una lotería y el sabe que no se tropieza dos veces con la misma piedra. El sábado la alarma casi me mata, sono mil veces, me levanté con la cabeza y el hígado a la miseria, me tomé un feca, un alical y un litro de agua de la canilla para ir a laburar con las pelotas por el suelo.




domingo, diciembre 07, 2014

"Boluda con esto tenés como para tres uploads al blog" Me decía Anita el viernes a las 3 AM.

Mi gato llenó de mierda
mi ropa,
corpiños,
almohadas,
toallas,
sábanas


TODO


La remera favorita de Lola
y
el vestido de mierda 
que me regaló mi ex suegra.



Frida Kahlo
tenía una mancha
de caca en la frente.
Antes de dormirnos, Anita me preguntó "Cómo haces para no llorar con todo esto?"

OLVIDATE


A las 11 me despertó el ruidito de la campana de un heladero
y pensaba
que lenta es la borrachera
para irse
como las palabras,
los sonidos
piernas entumecidas


y yo,
remojando todo cagado
 en agua enjabonada
mientras escucho al gato
hijo de puta
chillando para que le abra la puerta.